La
lectura de la novela es como sentarse a que alguien nos cuente el
chisme sabroso, elocuente, de lo que sucedía en tantas
casas queretanas
desde principios de siglo hasta hace unos cuantos años.
El tono
nostálgico permea toda la obra; la mirada de la autora no
deja de
dolerse y también de solazarse en esa vida de
antaño que el avance
tecnológico y la desenfrenada inmigración han
venido borrando a nuestro
pesar. La casa de Don Eulogio, profesor amante de las letras, es un
botón de muestra. Historias como la de la familia
Márquez han tenido
como marco casonas cuyos muros y portones guardan aún las
voces y la
presencia de quienes las habitaron; el aroma a madera fina y a papel
viejo de las bibliotecas; los olores y sabores variadísimos
de su
cocina, que parecen estar escondidos en los recovecos de sus braseros,
de las alacenas, de los comedores señoriales.
María
Teresa Azuara,
maestra de literatura y tallerista literaria.
Araceli
Ardón es una narradora segura de su arte y valerosa en la
selección de
sus temas y en la construcción de una novela que se mueve
en distintos
tiempos. La precisión es el rasgo principal y la mejor
virtud de esta
novela, que no teme a la descripción naturalista y tiene
esa difícil
sencillez que los lectores agradecemos, pues ya resultan fatigosas las
pedanterías posmodernistas, en donde hasta el mismo
escritor no tiene
la más mínima idea de lo que
está diciendo. Van a tener ustedes en las
manos una novela bien construida y escrita con precisión,
amenidad y
verdadero gozo narrativo.
Hugo Gutiérrez Vega,
poeta y
ensayista,
director del suplemento cultural del periódico La Jornada.